Durante el otoño de 2016 estuvimos siguiendo la evolución de un grupo familiar de lobo ibérico Canis lupus signatus en un sector de la Cordillera Cantábrica oriental. La manada estaba integrada por la pareja reproductora, cuatro cachorros del año y al menos otros cuatro ejemplares más. Con la llegada del alba los adultos y algún otro ejemplar adulto/subadulto acudían al punto de reunión para juntarse con los cachorros. Dicho lugar se localizaba en lo alto de una ladera cubierta de matorral y con rodales de roble en su entorno. Allí los cachorros esperaban la llegada de los adultos con la comida, explorando mientras el entorno o jugando entre ellos, en ocasiones compartiendo espacio con vecinos curiosos y potencialmente peligrosos, como el jabalí. A medida que daba el Sol se tumbaban disfrutando de sus rayos, vigilados a veces por algún adulto. Avanzada la mañana desaparecían en la espesura.
Una mañana la pareja de adultos y otro ejemplar más que les acompañaba y después de dejar a los cachorros en el matorral, se dirigieron a una braña donde estuvieron jugando durante un buen rato, como si fueran tres cachorros más, marcando eso sí la jerarquía. Disfrutaban con falsos ataques, juegos y carreras, mientras el Sol iba alumbrando el entorno. El superdepredador nos mostraba así su lado más familiar y juguetón, ajeno a los peligros provenientes del hombre, peligros que para las familias de lobos tarde o temprano acaban llegando y por supuesto ellos no iban a ser la excepción.
A continuación un vídeo con algunas imágenes de esta familia lobuna.
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